Experimento de Robert Rosenthal.
En 1891, el profesor de matemáticas Wilhelm von Osten comenzó a exhibir a su caballo por todas las ferias de Alemania. Llamado Hans el inteligente (Kluge Hans), el equino era capaz de responder preguntas golpeando su pezuña contra el suelo. Si la pregunta era aritmética (v. gr.: “¿Cuánto es dos más tres?”), Hans daba cinco golpes; si la pregunta era alfabética, entonces la respuesta era un golpe para una A, dos para una B, etcétera.
Las habilidades intelectuales de Hans eran muy diversas: aparte de las cuatro operaciones básicas, era capaz de calcular raíces cuadradas, diferenciar entre tonos musicales, dar la hora y deletrear palabras. Aunque no siempre daba la respuesta correcta, su tasa de aciertos bastaba para asombrar al público.
Los supuestos talentos de Hans (“comparables a los de un chico de 14 años”, según von Osten) atrajeron oleadas de curiosos. Muy pronto, a este interés se sumaron los científicos. En 1904, el profesor Carl Stumpf buscó indicios de algún truco para explicar las habilidades del animal. Al no encontrar ninguna prueba, el investigador concluyó que la inteligencia del caballo era genuina.
La explicación. Sin embargo, Oskar Pfungst, un psicólogo, se mantenía escéptico. En 1907, en colaboración con Stumpf, decidió revisar el caso. Dentro de una tienda cerrada, sin espectadores o distractores, Hans fue puesto a prueba bajo diversas condiciones: un gran número de preguntas buscaba descartar el efecto del azar; había múltiples interrogadores, que no siempre conocían la respuesta a la pregunta que hacían y, en ocasiones, Hans estaba vendado.
Pronto quedó claro que, para responder correctamente, el cuadrúpedo necesitaba dos cosas: hacer contacto visual (intercambiar miradas) con la persona que hacía la pregunta, y que dicha persona ¡conociera la respuesta!
La conclusión fue que Hans no estaba realmente ejecutando las operaciones, sino respondiendo a claves visuales inconscientemente dadas por el investigador, von Oesten o los espectadores: a medida que los golpes de pezuña se acercaban a la respuesta correcta, Hans “leía” el incremento de tensión en la postura y en la expresión facial del humano, tensión que se liberaba cuando llegaba al golpe “correcto”. Este golpe daba al animal la señal para saber cuándo detenerse.
Por tanto, el comportamiento del animal era influido por claves sutiles y no intencionales dadas por el interrogador. Esto sería conocido como efecto Clever Hans (Hans, el inteligente, en inglés). Pfungst extendió luego el estudio y demostró que ese fenómeno también se verifica entre personas. Más aún, el investigador demostró que los interrogadores producen estas señales involuntarias a pesar de que conscientemente traten de suprimirlas.
En su obra “Las metamorfosis”, el poeta latino Ovidio cuenta la historia del escultor Pigmalión, que esculpe una figura de mujer, de la que se enamora y a la que nombra Galatea. Afrodita, diosa del amor, se compadece de Pigmalión y da vida a Galatea.
Genios de fantasía. En 1964, inspirado en el efecto Clever Hans y en el mito de Pigmalión, Robert Rosenthal (un profesor de psicología social de la Universidad de Harvard) inició un famoso experimento educativo.
Primero, aplicó una prueba de inteligencia a un grupo de escolares. Acto seguido, dividió al grupo en dos clases, al azar. A la profesora del primer grupo le dijo que tenía a cargo a estudiantes normales; a la del segundo grupo le señaló que sus estudiantes eran chicos “situados por encima del promedio, de los que se podía esperar progresos notables”. Claro está, la diferencia entre los dos grupos era pura ficción.
Al final del año, Rosenthal volvió a aplicar la prueba a todos los estudiantes. El resultado fue que los chicos del grupo experimental (los falsamente descritos como superdotados ante sus profesores) habían mejorado mucho más que el grupo de comparación.
Así las cosas, aunque los dos grupos eran igualmente competentes, las expectativas de sus profesores eran muy distintas. En colaboración con Lenore Jacobson, directora de la escuela, Rosenthal descubrió lo siguiente: los profesores que creían que un alumno era bueno, le sonreían con más frecuencia, lo miraban más tiempo a los ojos, le daban más retroalimentación (sin importar si sus respuestas eran correctas o incorrectas) y sus reacciones de elogio eran más claras.
La predicción de Rosenthal probó ser correcta: al darles información de que ciertos estudiantes eran más inteligentes que otros, sus profesores se comportaban inconscientemente de manera que el éxito de estos estudiantes se viera facilitado.
El estudio se titula “Pigmalión en el aula”; fue publicado en 1968 y dio lugar al efecto Rosenthal. Según éste, las personas que tienen expectativas positivas de sus hijos, alumnos o colaboradores (otras personas, en general), generan un clima socioemocional más cálido en ese grupo. Además, entregan más información, dan mejor retroalimentación sobre los resultados alcanzados y ofrecen las mejores oportunidades a este grupo.
De tal modo, los profesores dan más enseñanza a los alumnos de los que esperan más (los incitan a responder frecuentemente, les presentan problemas retadores y los ayudan a encontrar la respuesta correcta).
Empero, el fenómeno funciona en las dos direcciones pues, en posteriores experimentos, Rosenthal encontró que los profesores no respondían bien a los buenos resultados de los estudiantes que consideraban menos inteligentes. En sus propias palabras: “Un buen resultado inesperado tiene riesgos para el que lo alcanza”.
Creer para ver. Igual que Pigmalión esculpió pacientemente en la piedra su imagen de la “mujer ideal”, a través de las expectativas (positivas o negativas) que tenemos de otros estamos ayudando a que esta imagen cobre vida y se vuelva realidad.
Dado que los seguidores internalizan las expectativas de sus líderes y tienden a cumplirlas, la confianza que un líder tenga en sus seguidores es determinante: si los cree diamantes en bruto, alimentará en ellos fuertes creencias de autoeficiencia; pero la mediocridad se verá fortalecida, si los cree unos inútiles.
De ahí proviene la gran responsabilidad que implica el liderazgo. Charles de Talleyrand (un político francés del siglo XIX) lo expresó con contundencia: “Siento más temor de un ejército de cien ovejas dirigido por una leona, que de un ejército de cien leonas dirigido por una oveja”.
El efecto Clever Hans nos recuerda que comunicamos mucho más de lo que suponemos. Así las cosas, no debería sorprendernos la supuesta capacidad de los adivinadores para leer nuestro futuro en las cartas o en el fondo de tazas de té: lo que debería maravillarnos es su habilidad para descifrar las respuestas que nosotros mismos les damos.
Por otra parte, el efecto Rosenthal subraya la importancia de manejar expectativas positivas hacia aquellos a quienes dirigimos, orientamos o enseñamos. Johann Wolfgang Goethe, poeta y dramaturgo alemán, decía que, si tratamos a una persona como lo que es, seguirá siendo lo que es; pero, si la tratamos como lo que podría ser, entonces se convertirá en todo lo que puede llegar a ser.
En 1891, el profesor de matemáticas Wilhelm von Osten comenzó a exhibir a su caballo por todas las ferias de Alemania. Llamado Hans el inteligente (Kluge Hans), el equino era capaz de responder preguntas golpeando su pezuña contra el suelo. Si la pregunta era aritmética (v. gr.: “¿Cuánto es dos más tres?”), Hans daba cinco golpes; si la pregunta era alfabética, entonces la respuesta era un golpe para una A, dos para una B, etcétera.
Las habilidades intelectuales de Hans eran muy diversas: aparte de las cuatro operaciones básicas, era capaz de calcular raíces cuadradas, diferenciar entre tonos musicales, dar la hora y deletrear palabras. Aunque no siempre daba la respuesta correcta, su tasa de aciertos bastaba para asombrar al público.
Los supuestos talentos de Hans (“comparables a los de un chico de 14 años”, según von Osten) atrajeron oleadas de curiosos. Muy pronto, a este interés se sumaron los científicos. En 1904, el profesor Carl Stumpf buscó indicios de algún truco para explicar las habilidades del animal. Al no encontrar ninguna prueba, el investigador concluyó que la inteligencia del caballo era genuina.
La explicación. Sin embargo, Oskar Pfungst, un psicólogo, se mantenía escéptico. En 1907, en colaboración con Stumpf, decidió revisar el caso. Dentro de una tienda cerrada, sin espectadores o distractores, Hans fue puesto a prueba bajo diversas condiciones: un gran número de preguntas buscaba descartar el efecto del azar; había múltiples interrogadores, que no siempre conocían la respuesta a la pregunta que hacían y, en ocasiones, Hans estaba vendado.
Pronto quedó claro que, para responder correctamente, el cuadrúpedo necesitaba dos cosas: hacer contacto visual (intercambiar miradas) con la persona que hacía la pregunta, y que dicha persona ¡conociera la respuesta!
La conclusión fue que Hans no estaba realmente ejecutando las operaciones, sino respondiendo a claves visuales inconscientemente dadas por el investigador, von Oesten o los espectadores: a medida que los golpes de pezuña se acercaban a la respuesta correcta, Hans “leía” el incremento de tensión en la postura y en la expresión facial del humano, tensión que se liberaba cuando llegaba al golpe “correcto”. Este golpe daba al animal la señal para saber cuándo detenerse.
Por tanto, el comportamiento del animal era influido por claves sutiles y no intencionales dadas por el interrogador. Esto sería conocido como efecto Clever Hans (Hans, el inteligente, en inglés). Pfungst extendió luego el estudio y demostró que ese fenómeno también se verifica entre personas. Más aún, el investigador demostró que los interrogadores producen estas señales involuntarias a pesar de que conscientemente traten de suprimirlas.
En su obra “Las metamorfosis”, el poeta latino Ovidio cuenta la historia del escultor Pigmalión, que esculpe una figura de mujer, de la que se enamora y a la que nombra Galatea. Afrodita, diosa del amor, se compadece de Pigmalión y da vida a Galatea.
Genios de fantasía. En 1964, inspirado en el efecto Clever Hans y en el mito de Pigmalión, Robert Rosenthal (un profesor de psicología social de la Universidad de Harvard) inició un famoso experimento educativo.
Primero, aplicó una prueba de inteligencia a un grupo de escolares. Acto seguido, dividió al grupo en dos clases, al azar. A la profesora del primer grupo le dijo que tenía a cargo a estudiantes normales; a la del segundo grupo le señaló que sus estudiantes eran chicos “situados por encima del promedio, de los que se podía esperar progresos notables”. Claro está, la diferencia entre los dos grupos era pura ficción.
Al final del año, Rosenthal volvió a aplicar la prueba a todos los estudiantes. El resultado fue que los chicos del grupo experimental (los falsamente descritos como superdotados ante sus profesores) habían mejorado mucho más que el grupo de comparación.
Así las cosas, aunque los dos grupos eran igualmente competentes, las expectativas de sus profesores eran muy distintas. En colaboración con Lenore Jacobson, directora de la escuela, Rosenthal descubrió lo siguiente: los profesores que creían que un alumno era bueno, le sonreían con más frecuencia, lo miraban más tiempo a los ojos, le daban más retroalimentación (sin importar si sus respuestas eran correctas o incorrectas) y sus reacciones de elogio eran más claras.
La predicción de Rosenthal probó ser correcta: al darles información de que ciertos estudiantes eran más inteligentes que otros, sus profesores se comportaban inconscientemente de manera que el éxito de estos estudiantes se viera facilitado.
El estudio se titula “Pigmalión en el aula”; fue publicado en 1968 y dio lugar al efecto Rosenthal. Según éste, las personas que tienen expectativas positivas de sus hijos, alumnos o colaboradores (otras personas, en general), generan un clima socioemocional más cálido en ese grupo. Además, entregan más información, dan mejor retroalimentación sobre los resultados alcanzados y ofrecen las mejores oportunidades a este grupo.
De tal modo, los profesores dan más enseñanza a los alumnos de los que esperan más (los incitan a responder frecuentemente, les presentan problemas retadores y los ayudan a encontrar la respuesta correcta).
Empero, el fenómeno funciona en las dos direcciones pues, en posteriores experimentos, Rosenthal encontró que los profesores no respondían bien a los buenos resultados de los estudiantes que consideraban menos inteligentes. En sus propias palabras: “Un buen resultado inesperado tiene riesgos para el que lo alcanza”.
Creer para ver. Igual que Pigmalión esculpió pacientemente en la piedra su imagen de la “mujer ideal”, a través de las expectativas (positivas o negativas) que tenemos de otros estamos ayudando a que esta imagen cobre vida y se vuelva realidad.
Dado que los seguidores internalizan las expectativas de sus líderes y tienden a cumplirlas, la confianza que un líder tenga en sus seguidores es determinante: si los cree diamantes en bruto, alimentará en ellos fuertes creencias de autoeficiencia; pero la mediocridad se verá fortalecida, si los cree unos inútiles.
De ahí proviene la gran responsabilidad que implica el liderazgo. Charles de Talleyrand (un político francés del siglo XIX) lo expresó con contundencia: “Siento más temor de un ejército de cien ovejas dirigido por una leona, que de un ejército de cien leonas dirigido por una oveja”.
El efecto Clever Hans nos recuerda que comunicamos mucho más de lo que suponemos. Así las cosas, no debería sorprendernos la supuesta capacidad de los adivinadores para leer nuestro futuro en las cartas o en el fondo de tazas de té: lo que debería maravillarnos es su habilidad para descifrar las respuestas que nosotros mismos les damos.
Por otra parte, el efecto Rosenthal subraya la importancia de manejar expectativas positivas hacia aquellos a quienes dirigimos, orientamos o enseñamos. Johann Wolfgang Goethe, poeta y dramaturgo alemán, decía que, si tratamos a una persona como lo que es, seguirá siendo lo que es; pero, si la tratamos como lo que podría ser, entonces se convertirá en todo lo que puede llegar a ser.
Pda. "Nota a posteriori"
Últimamente no tengo muchas ganas de escribir ni de pasar por la blogosfera. El tocar madera de mi entrada anterior ha servido para poco. Esperemos que pronto todo vuelva a la normalidad. Sin embargo tampoco me apetece estar desconectado de vosotros. Por eso me he decidido hoy ha publicar esta entrada que hacía semanas tenía olvidada en el cajón de sastre. De alguna manera he querido que no se rompa el cordón umbilical.
10 comentarios:
Ya te dije, a mi de aqui no me mueve ni el apuntador, tarda todo lo que necesites, tomate el tiempo que haga falta, pero a mi aqui pegada me tienes, la silla no la dejo por nada.
Tus motivos serán poderosos y los mios tambien para seguir a la espera, pacientemente.
Biquiños :)
Me sumo, Merce. Ahora, yo me pido uno de los sofás y si quieres lo compartimos.
Un abrazo, Moisés. Fuerza, fuerza...
Yo creo que tenían que haber estudiado el comportamiento del caballo por los movimientos de la cola en vez de las patas... je, je, es broma claro.
La verdad es que ha sido interesante conocer el experimento,. A mi me hace pensar en la cantidad de cosas que nos hacen creer y que llegamos a creernos sin alcanzar a saber las verdaderas razones...
Por lo demás, aunque sea en castellano, por qué no te "obligas" a una entrada mínima cada x tiempo, sabes que somos muchos los que estamos detrás y te apoyamos....
jejejej muchas gracias Merce. Eres un encanto¡¡¡¡ te lo agradezco de verdad....
lo mismo te digo a ti Anderea. No sabéis cuánto os agradezco vuestras sinceras palabras de apoyo.
Besos a las dos..
Gràcies Jose. Tu i jo ja ens veiem i parlem. Salutacions..
Pues muchas gracias por el post!!!Es interesantísimo y es cierto, creer en alguien o cuando alguien cree en tí es igual a recibir o dar una dosis de energía, de positivismo en suma, que te hace más fuerte y más capaz.
Ya ves que seguimos metiendo las narices en tu casa, de vez en cuando dinos algo.
Un beso.
Parece que comunicamos mas de la que muchas veces quisieramos.
En cuanto a la "mandra" blogosférica, he observado que somos muchos en la cuadrilla los que estamos un tanto apaticos. ¿Será cosa del calor?
Saludos.
Pues para no tener ganas te ha salido un fantástico e interesantísimo post.
Yo también sigo aquí.
Un abrazo fuerte
Hola Maria Teresa. Muchas gracias, como tu dices, por meter las narices en mi casa. No sabes lo que me agrada.
Hola Fermin. Tal vez sea el calor¡¡ en mi caso además tengo otras preoucpaciones, pero intento llevarlo todo adelante. Gracias por la visita amigo. Saludos.
Gracias por pasarte Kike. Recibe un gran abrazo amic¡¡¡
bien sabes lo que me gustan estos posts!!!
Aunque yo siga sin saber si voy o vengo, ten por seguro que mi ruta pasa por aqui.
Este caballo, clever hans, era la pera, no solo sabía multiplicar sino que, para que le dejaran tranquilo, le contó una milonga a Stumpf y Pfungst (que nombres!) sobre como podía adivinar el resultado a partir de expresiones faciales de su amo... un crack!
Como ya te han deseado fuerza... yo te mando un poco de "maña" que a veces tampoco viene mal ;-)
Hola Amio. Pues muchas gracias por esa maña, te lo agradezco.
Abrazos¡¡¡
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