domingo, 22 de febrero de 2009

Relatos de Abraham Homero (III)


La casa de los ahorcados

La horca no era una soga de dos metros y medio con un nudo corredizo alrededor del cuello. Y la casa no era el patíbulo de los criminales, si no una empresa de empleados con corbata.

- ¡Mil euros por tus sueños! –gritó en voz baja el gerente de la empresa.
Y a su voz todos aquellos se lanzaron desesperados a firmar. Hasta hoy.

Diez años antes palabras como contabilidad, carpetas de clientes, o albaranes de venta, eran extraños vocablos provenientes de un mundo desconocido, opaco. Nada que ver con sus vidas. Actualmente los sueldos los habían vuelto títeres movidos por las corbatas de la empresa. Las corbatas les habían impedido gritar, pero no quejarse. Y siempre se les escuchaba quejarse por todo en voz baja, pero nunca alzaban la voz para exigir; pues nunca exigían. Mientras, los años pasaban y ahí seguían, con sus quejas de siempre en sus oficinas de siempre.

El señor Ando estaba con sus compañeros en compras. Se encargaba de llamar a los distintos proveedores para hacerles su pedido semanal. Se pasaba las horas llamando por teléfono y rellenando columnas de datos abstractos en su PC. Día a día se aburría cada vez más con su rutinario trabajo, y solía pasar las horas del almuerzo escribiendo pequeños cuentos que luego imprimía y se llevaba a casa. Su sueldo no era muy alto, pero con él podía pagar las facturas y alimentar al coche. Su sueldo era como el de todos los demás, lo mínimo estipulado en el convenio. Cada uno expresaba sus frustraciones de una manera, y el señor Ando escribía relatos. Con los meses y los años, aquellas pequeñas historias se hicieron su mejor compañía, y ante la falta de valor para dejar la empresa; se volvieron más importantes para él. Ya no sólo escribía y releía en sus momentos de descanso y ratos libres, también había veces que había hecho esperar a un cliente o proveedor para escribir ese párrafo aparecido en un momento de inspiración. Hubo una vez incluso, que salió una hora antes de la oficina para llevar lo escrito durante esos años a una pequeña editorial. Fue por esa época en que le llamaron la atención con el formulario F42 Edición 2, por la siguiente causa: Escribir relatos en hora de oficina. Le habían encontrado, además, una carpeta en su PC titulada escritos, con más de veinticinco relatos entre acabados y a medio hacer. Aquellas ficciones le suponían la pérdida trimestral de los incentivos por productividad, y el estar avisado por el F 42, Ed. 2. La siguiente vez, el responsable de grupo emplearía el Formulario rojo F43. Edición 1. Nadie en veinticinco años en la empresa había rellenado un F43. Ni siquiera los jefes de departamento sabían en qué procedimiento estaba indicado su uso.

Todo eso al señor Ando no le importó. Había valido la pena escribir todos esos pequeños sueños, con los que poder soportar su triste y gris realidad de oficinista. Siguió su rutina diaria pero no abandonó a sus cuentos. En su departamento todos comenzaron a criticar que escribiera en horas de trabajo, pero también era cierto que nunca se marchó a casa sin tener su trabajo hecho. Tras varios días de ser murmurado por sus compañeros, el jefe de sección lo llamó a su despacho.

- Tu puesto está pendiente de un hilo.

Al señor Ando no le afectó. Marchó a su mesa y continuó con su trabajo.

Días más tarde, cuando el señor Ando llegó a la empresa por la mañana, se encontró con una carta en su mesa. Le agradecían el tiempo que había pasado con ellos, pero que ya no precisaban más de su trabajo. En quince días podía abandonar la empresa. El señor Ando guardó la carta en su portafolios y encendió el ordenador. Comenzó a revisar como había hecho en los últimos veinte años los materiales de los almacenes, y en consecuencia, llamaba a un determinado proveedor. Llamó a la empresa de Serigrafías de Levante. A mitad de conversación, el señor Ando se disculpó, diciendo que tenía que resolver un asunto, y le colgó. Después abrió su carpeta de escritos. Ya tenía la clave para acabar su último relato. Pero se encontró con el desagradable descubrimiento de que todo había sido borrado. Volvió a llamar a Serigrafías de Levante. Terminó de realizar las gestiones. Y pasó a otro proveedor. Aquel día no escribió ni una sola línea de ficción.

Ya anocheciendo, se levantó de su mesa con las gestiones adelantadas de mañana. No tenía ni ganas de escribir, así que en vez de quedarse un poco hasta acabar esa última línea que se resiste, dejó a su hora la empresa. Decidió andar hasta su casa en vez de coger el coche. Salió de la zona de grandes edificios de oficinas, y se acercó hasta el puente por el que cruza el río rodeado de abedules, pinos y olmos. El señor Ando había olvidado la última vez que miró por su ventana discurrir el agua tranquila y marrón del río, antes de desaparecer por el canal cerrado que cruza la parte vieja de la ciudad.

En los días restantes a su despido, el señor Ando trabajó como antaño; rutinario, triste y silencioso, pasando números artificiales y serios de una columna a otra, todo con tal que en contabilidad no se perdiera ni una coma. No habló con ninguno de sus compañeros ni quiso despedirse de ellos. Habían sido veinte años de compañerismo frío, sin ningún tipo de camaradería. En su última tarde, decidió marcharse antes, así que cogió sus pocas pertenencias y salió caminando para siempre de ese viejo edificio en el que había pasado toda su vida.

Esa tarde, el señor Ando se acercó hasta la barandilla del puente para ver mejor la crecida del río por las lluvias del otoño. El cauce era espléndido, con aquella fuerza se parecía al Mississipi de Twain a pequeña escala, a los ríos por los que navegó Conrad en sus pesadillas. El señor Ando dejó sus pertenencias en el suelo, se subió a la barandilla, se deshizo el nudo de la corbata, se desabrochó la camisa y ante el asombro de paseantes del puente, y de conductores que en ese momento lo estaban cruzando, se lanzó al vacío. Los pocos que reaccionaron acercándose hasta la barandilla contuvieron el grito, el resto gritó asustado. A la mañana siguiente, en las oficinas no se hablaba de otra cosa. Todo el mundo que estaba allí decía que se había suicidado lanzándose a las aguas crecidas del río. Muchos dieron por cierta la tesis de su locura. Solo unos pocos lloraron su muerte. Días después seguían hablando del incidente. Sólo uno de los compañeros que le vio saltar supo lo que pasó después. El señor Ando comenzó a caer para después elevarse como un diente de león florecido por encima de las aguas y a ser llevado por el viento. No se mojó y comenzó a volar por el aire siguiendo el curso del río, y cuando éste desapareció engullido por el canal, empezó a elevarse cada vez más, y al final, desapareció entre las nubes. Aquello nunca lo contó. Porque aquello era un imposible.

9 comentarios:

Amio Cajander dijo...

Si lo hubiera contado, tal y como sucedió, se hubiera rellenado el formulario F43 por primera vez en la historia de la oficina.

Magnifico relato...

Isa dijo...

Hola Moisés pasaba a saludar,hacia días que estaba desconectada del mundo blogueril,así que espero poder visitarte más seguidoa partir de ahora.
Un saludo

Isa

MAMEN ANZUÉ... dijo...

Triste pero lleno de un sentimiento de liberación¡¡;)

TE DEJO UN BESAZOOOOO ENORMEEE¡¡¡

Anónimo dijo...

Precioso relato.

La cantidad de mentes creativas que deben perderse rellenando formularios y/o poniendo ladrillos ...

Lo que más me ha gustado es la descripción del ambiente de la oficina. Tantos años y ni un solo amigo en la oficina. Triste pero, desgraciadamente, muy repetido, supongo.

Un abrazo

Moisés P. dijo...

Hola Amio. los formularios a veces nos matan.....saludos amigo

Hola Isa. me alegro que estés reincorporada. saludos

Hola Mamen. Gracias por tu comentario. Lo bueno de Abraham es que en sus relatos, encontramos tristeza, alegría, ironía, comprensión.....encontramos de todo. Gracias por pasarte.

Hola Moisés. totalmente de acuerdo contigo. Abraham relata los ambientes de manera excepcional. Saludos amigo..

Anónimo dijo...

Muy buena la narracion, me gusto.
Y si terminara en "desaparecio entre las nubes", me gustaria aun mas.

: )

Moisés P. dijo...

Hola Fraga. Gracias por tu visita. saludos

Anónimo dijo...

Hola Moi,

He leido "virtual" y me ha gustado mucho. Es tuyo, no?

Esperaba que no lo colgaras todavía, ya que el siguiente aún esta en el horno y quiero que no quede ni crudo, ni demasiado hecho.

A lo mejor subo este finde para benidorm. Si es así, a ver si nos vemos y charlamos un rato de manera "no virtual".

Un saludo, IG.

Moisés P. dijo...

Hola Toni. No, virtual no es mío, qué más quisiera yo que escribir así. Fue un correo que me llegó y pensé que sería bonito colgarlo.
Tranquilo, no tengas prisa. La creatividad requiere su tiempo..jejejej.
ya me llamas... saludos y abrazos.

Son las....